El Señor nos ha creado como seres morales,
capaces de distinguir entre lo bueno y lo malo. En esto consiste precisamente
la imagen de Dios plasmada en nosotros. Tenemos un espíritu que nos permite
vivir eternamente. Y en ese espíritu Dios ha grabado sus principios y
mandamientos para que los obedezcamos.
En nuestro interior hay algo que permanentemente nos marca el rumbo correcto: la conciencia. O, al menos, debería. Porque en muchos ha dejado de funcionar a fuerza de acallarla o ignorarla. Y entonces hacen lo que quieren en lugar de lo que deben. Infinidad de personas tienen claridad con respecto a cómo actuar y sin embargo actúan de otra manera, como más les gusta, aunque eso implique conducirse mal con Dios y con sus semejantes.
En nuestro interior hay algo que permanentemente nos marca el rumbo correcto: la conciencia. O, al menos, debería. Porque en muchos ha dejado de funcionar a fuerza de acallarla o ignorarla. Y entonces hacen lo que quieren en lugar de lo que deben. Infinidad de personas tienen claridad con respecto a cómo actuar y sin embargo actúan de otra manera, como más les gusta, aunque eso implique conducirse mal con Dios y con sus semejantes.
De ahí parte la injusticia que reina en la sociedad. En
realidad, Dios no permite la injusticia ni la tolera. La repudia, la produce
repugnancia. Y no tardará en castigarla. Pero es paciente y quiere darles a los
hombres oportunidad de dejar de hacer lo malo, escuchar a su conciencia y
seguir sus dictados. La Biblia dice: "No es que el Señor se tarde en
cumplir su promesa (de castigar a los malvados), como algunos suponen, sino que
tiene paciencia con ustedes, pues no quiere que nadie muera, sino que todos se
vuelvan a Dios" (2 Pedro 3:9). La injusticia no nace de Dios ni él la
permite. Surge del corazón humano, egoísta y egocéntrico, que no piensa más que
en su propio placer o en su propia conveniencia. El hombre hace lo que le da la
gana, sin tener en cuenta los mandatos del Señor. Cada uno procura alcanzar sus
metas aunque en su intento dañe, lastime o perjudique a los demás.
Nosotros, y no Dios, somos los creadores del estado de
injusticia en que vivimos.
(Si querés seguir leyendo sobre este u otros temas, estos párrafos fueron extraídos del libro: "DIOS... ¡QUIERO ENTENDERTE!", de Silvia Himitian, Editora Anatolé)
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