Conversando con mi
marido acerca de un matrimonio de pastores, él me dijo: “Ellos tienen una buena
familia y han sido muy paternales sobre su congregación”. Sin embargo,
los resultados en la vida concreta y real de muchas de las personas que habían
pasado por sus manos no eran buenos. Y me quedé pensando.
De
repente se me hizo claro. ¡No es lo mismo paternidad que paternalismo! Hay una
característica substancial que divide las aguas. La paternidad permite crecer.
El paternalismo no.
Un padre apunta al desarrollo de su hijo hasta que
éste alcance la plena madurez. Su realización como padre está en la posibilidad
de que el hijo se convierta en una persona cabal, lo que incluye madurez,
responsabilidad e independencia. Entiende que el rol de hijo no puede perpetuarse
indefinidamente. Sabe ayudarlo a ser hombre o mujer y luego soltarlo.
El
paternalismo no actúa de la misma manera. Apunta a que el hijo siga siéndolo
siempre. No deja crecer. No lo permite. Necesita que el hijo sea hijo como
oposición al rol de padre. Porque quiere detentar en forma permanente y
absoluta el gobierno, el dominio sobre las vidas. Asume el saber como
propio y excluye de él a los demás. Y toma todas las decisiones («Vos hacé lo
que yo te digo y te va a ir bien»).
Y
me pregunté, semi aterrada: ¿No será que tenemos tanta gente inmadura en las
congregaciones porque muchos líderes asumen una postura paternalista y no
paternal sobre las personas encomendadas a su cuidado?
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