(Texto adaptado de un tema recopilado en el Retiro de Pastores
realizado en Córdoba, 1985)
La adolescencia pone a prueba la paciencia y la fe de los
padres. Etapa inevitable del crecimiento de los hijos en la que salen a luz
conflictos propios de una personalidad en proceso de definición y que busca
encontrarse a sí misma.
No se le puede pedir demasiado ya que la reflexión no es
todavía su fuerte y la inseguridad prevalece temporalmente sobre la cordura.
Sus temores y complejos, generalmente injustificados, nublan sus pensamientos.
Los mayores, por su parte, se desconciertan y sufren u optan por la pasividad.
Tristemente, algunos padres admiten que no saben qué hacer con
sus hijos.
El abismo generacional parece haberse ensanchado más de lo
esperable y, si en algo concuerdan mayores y adolescentes, es en su mutua
incomprensión.
Factores
de conflicto
No es fácil tratar con hijos adolescentes. Varios factores
contribuyen al conflicto:
• Escasa dedicación de los padres: la crisis social ha hecho
que ellos estén poco tiempo en el hogar, que las madres también necesiten salir
a trabajar y que, en consecuencia, los hijos adolescentes queden solos en sus
casas sin que nadie controle lo que hacen y con pocas posibilidades de diálogo.
• Futuro incierto: el mundo que enfrentan los adolescentes es
todo brumoso. El estudio o el aprendizaje de un oficio ya no garantizan
conseguir un trabajo. Los ejemplos a la vista en el propio hogar, contribuyen
engañosamente a poner en duda el valor del esfuerzo o la honestidad.
• Falta de liderazgo: asistimos a un desmantelamiento en todos
los niveles, comenzando por la escuela donde muchos docentes transmiten sus
frustraciones a las nuevas generaciones. Tampoco los responsables de la
conducción política, social o religiosa asumen su tarea con la honestidad,
entusiasmo y espíritu de servicio que la función requiere. Los adolescentes han
quedado así huérfanos de ejemplos a imitar.
• Libertinaje sexual: promovido desde los medios de
comunicación, intentan que los jóvenes sin casarse borren toda inhibición
sexual y disfruten de esa relación íntima como algo totalmente natural, siempre
que «exista amor».
¿Cómo es
un adolescente?
A pesar de su postura autosuficiente, el adolescente es un ser
tremendamente necesitado y frágil. La dureza de sus respuestas oculta el drama
de su inseguridad. Porque no está bien parado, agrede. Como un animal
acorralado, se defiende sin que nadie intente atacarlo. Busca desesperadamente
su identidad. Ensalza la amistad hasta lo sublime; detesta a los «buchones».
Enfrenta una tremenda crisis de fe. Los conocimientos que
adquiere en la escuela, generalmente a través de profesores no creyentes, le
generan interrogantes que no sabe responder. La posibilidad de quedar marginado
si proclama su fe, lo pone en un atolladero.
Lucha con su cuerpo. Sufre la torpeza de sus movimientos como
quien conduce por primera vez un auto sin tener conciencia de las distancias.
Se mira en el espejo y sufre. No encuentra allí lo que
esperaba. En su comparación con otros siempre halla lugar para la queja y la
subestimación.
Es tremendamente sensible. Todo le afecta, aunque a veces
parezca de hielo. Se esfuerza por ser lo que otros esperan que sea aunque no
esté íntimamente convencido. Se enamora con demasiada facilidad, sin parámetros
claros que le permitan entender la trascendencia de esa posible relación.
Está saturado de información fragmentada, desfigurada, sobre la
mayoría de los temas, ya sea la sexualidad, la política, o hasta el evangelio.
No se le ha enseñado a invertir tiempo en una búsqueda profunda de la verdad.
Con todo, busca a Dios desde sus mismas entrañas, a quien
intuye sin ver. Y éste es quizá su mayor capital, que debe ser valorado y
potenciado. Es en esta edad en la que muchos han tenido un genuino encuentro
con Dios.
Como es un idealista nato, adhiere con entusiasmo a todo lo que
tenga signos de pureza, aunque no tiene la prudencia de expresarse con
misericordia. Es tan implacable con los demás, como lo es en su profunda
intimidad consigo mismo.
¿Qué
pueden hacer los padres?
• Orar ferviente e incansablemente. El adolescente es
responsable ante Dios de su conducta ante El. Alégrate, joven, en tu juventud,
y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia, y anda en los caminos
de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas
te juzgará Dios (Prov. 11:9). A los padres sólo nos queda interceder para que
nuestros hijos sepan escucharle.
• No perder la esperanza. Si hemos actuado responsablemente,
debemos creer que toda palabra sembrada traerá fruto. Cualquiera puede tener
derecho a cansarse de nuestros hijos, nosotros no.
• Permitir que el Espíritu Santo nos guíe para que madure
nuestra relación con ellos. Como padres nos cuesta reconocer el paso del
tiempo. Cinco años nos parecen un suspiro, mientras que para ellos significa el
paso de ser conducidos y dependientes a conducirse por sí mismos y ser
independientes.
• Enseñarles a manejar esa independencia responsablemente. Nada
daña más la relación entre padres e hijos que la mutua pérdida de confianza.
Sobre una base sana, el inevitable proceso de independencia se convierte en una
fuente de genuina alegría.
• Recordarles la firmeza de nuestro afecto, que no depende de
sus virtudes personales. No todos serán brillantes en lo que hagan, pero todos
pueden alcanzar la plenitud de vida en Cristo. No les empujemos a metas
seculares inalcanzables sino a un pleno compromiso con Dios.
• Dejar lugar para que otros puedan completar la tarea que
nosotros comenzamos.
• Enseñarles a apreciar el valor de la Palabra para vivir una
vida santa. ¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra. Con
todo mi corazón te he buscado: No me dejes desviarme de tus mandamientos. En mi
corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra tí (Sal. 119:9-11).
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