"Me
gusta el frío y la nieve. Me gusta el sur. Pero no esquío. Cuando voy a San
Martín de los Andes camino bastante.
En una ocasión, mientras mi marido y mi hija esquiaban en el Chapelco, decidí hacer una caminata hasta los Techos, ascendiendo por el cerro unos tres o cuatro kilómetros. Era un día de sol espléndido. La nieve persistía a los costados y sobre los árboles, pero no en el sendero. Bajo mis pies todo era tierra y mayormente barro. En el mejor de los casos, algo de pedregullo. En el peor, hielo.
En una ocasión, mientras mi marido y mi hija esquiaban en el Chapelco, decidí hacer una caminata hasta los Techos, ascendiendo por el cerro unos tres o cuatro kilómetros. Era un día de sol espléndido. La nieve persistía a los costados y sobre los árboles, pero no en el sendero. Bajo mis pies todo era tierra y mayormente barro. En el mejor de los casos, algo de pedregullo. En el peor, hielo.
El ascenso fue difícil, pero manejable. Llegué a
la confitería, tomé un café e inicié el descenso.
Las cosas cambiaron radicalmente. Caminar hacia
abajo sobre un camino barroso y resbaladizo es una historia totalmente
distinta. Pero esta experiencia me permitió descubrir algunos principios muy
atinentes a ciertas particulares circunstancias de la vida.
Complicado como era el cuadro, entendí que mi
mejor opción era seguir caminando sobre el barro... ¡por varios kilómetros y en
descenso! Parecía poco probable lograrlo sin algún revolcón. Lo que en
definitiva constituía la posibilidad más benévola. Siempre podía uno torcerse
un tobillo o caer sobre una piedra y lastimarse. Así que tomé como mi empresa
presente el intento de no caerme ni resbalar. Porque sobre el barro, ¡un
resbalón sí es caída!
Al poner un pie fuera de la confitería comenzó el desafío. Debía ascender unos ocho escalones cavados en la nieve, que ya era hielo. Con mucho cuidado, lo logré. Entonces atravesé el espacio que rodeaba los edificios hasta llegar al camino. Nieve medio congelada, y congelada del todo en los tramos más transitados de descenso. ¡Imposible no patinar! ¡Imposible bajar por allí! La única alternativa era el bordecito de barro por donde se escurría la nieve que se iba derritiendo. Me pareció gracioso que la mejor alternativa fuera el barro. Pero no tenía otra opción. Y comencé a descender, afirmando mis pies lo mejor que podía. Por suerte, las botas tenían agarre. Ahí descubrí el primer principio.
Siete principios indispensables
Al poner un pie fuera de la confitería comenzó el desafío. Debía ascender unos ocho escalones cavados en la nieve, que ya era hielo. Con mucho cuidado, lo logré. Entonces atravesé el espacio que rodeaba los edificios hasta llegar al camino. Nieve medio congelada, y congelada del todo en los tramos más transitados de descenso. ¡Imposible no patinar! ¡Imposible bajar por allí! La única alternativa era el bordecito de barro por donde se escurría la nieve que se iba derritiendo. Me pareció gracioso que la mejor alternativa fuera el barro. Pero no tenía otra opción. Y comencé a descender, afirmando mis pies lo mejor que podía. Por suerte, las botas tenían agarre. Ahí descubrí el primer principio.
Siete principios indispensables
1) Para recorrer el largo camino sin caerse, solo hay que preocuparse por el siguiente paso.
Todos los otros pasos dependían de él. De nada
servía planear todo el camino que me restaba y preocuparme por ello,
distrayéndome de la tarea principal y excluyente: poder dar el próximo paso sin
caerme. Ese paso era el que garantizaba la posibilidad de continuar. Un desliz
cambiaría la historia. Y entonces pensé cuánto se parecía aquello a la vida
cristiana. Vinieron a mi mente las palabras de San Pablo: «El que piensa estar
firme, mire que no caiga». ¡Me parece que él también anduvo caminando sobre
barro! Y además me acordé del cartel que los de habla inglesa colocan en los sitios
en los que uno puede deslizarse o sufrir un percance al caminar: «Watch your
step» (Cuide su paso).
Esa corriente de pensamientos me condujo al siguiente principio:
2) Muchas veces no se puede elegir el terreno sobre el que uno va a pisar, y la mejor opción es el barro.
Esa corriente de pensamientos me condujo al siguiente principio:
2) Muchas veces no se puede elegir el terreno sobre el que uno va a pisar, y la mejor opción es el barro.
Conecté el suelo bajo mis pies con las
circunstancias de la vida. A veces es un pavimento sobre el que se puede
caminar con seguridad, y hasta sin mirar dónde uno pisa. Pero a veces es
empedrado, pedregullo, tierra con desniveles, nieve, hielo... ¡o barro!
Ciertos períodos por los que Dios nos permite
transitar parecen no tener más fundamento que un terreno inseguro bajo los
pies. ¡Y a veces nos toca recorrer kilómetros sobre él! Entonces descubrí que:
3) No sirve de nada dejar que el miedo nos paralice, ni quejarnos, ni renegar de la suerte. Hay que enfrentar el desafío con firmeza y precaución.
¡Imposible sentarme a la orilla del camino hasta
que el hielo se derritiera y el barro se secara! Hubiera tenido que esperar
hasta la primavera, luego de que acabaran las nevadas, las lluvias y el frío.
Y ahí llegó el cuarto principio:
4) No queda más alternativa que seguir caminando.
Aun a riesgo de caer y rodar. Y si sucediera eso, ¡a levantarse y continuar embarrada! Pero no quería caerme.
Aun a riesgo de caer y rodar. Y si sucediera eso, ¡a levantarse y continuar embarrada! Pero no quería caerme.
Quinto principio:
5) Hay que mantenerse absolutamente atento al
camino.
Sin distracciones. Eso implica no perder de vista ni por un momento el propósito. Toda la energía y atención deben estar puestas en la marcha.
Sin distracciones. Eso implica no perder de vista ni por un momento el propósito. Toda la energía y atención deben estar puestas en la marcha.
Algunos de los tramos eran tan barrosos que había
que probar hasta encontrar el lugar en el que el apoyo resultara más o menos
firme. A veces lo más seguro era caminar sobre los hilos del agua del deshielo,
en el borde del camino. Ciertos puntos que parecían relativamente seguros terminaban
resultando extremadamente resbalosos. Y en cambio otros que asustaban a primera
vista, luego permitían afirmar los pasos. Afortunadamente, había trechos de
tierra más seca y sólida. Daban un respiro y permitían levantar los ojos del
suelo para admirar el panorama.
Sexto principio:
6) No todo es barro bajo nuestros pies.
Dios nos da respiros. Él sabe que los necesitamos. ¡Y es buenísimo disfrutarlos! Cuando el camino se vuelve firme, no suframos por el barro que podamos tener por delante. ¡Tal vez no haya más! Y si lo hay, preocuparnos de antemano no ayuda. Relajarnos y tener un respiro nos permite enfrentar mejor lo que venga después.
Séptimo principio:
Dios nos da respiros. Él sabe que los necesitamos. ¡Y es buenísimo disfrutarlos! Cuando el camino se vuelve firme, no suframos por el barro que podamos tener por delante. ¡Tal vez no haya más! Y si lo hay, preocuparnos de antemano no ayuda. Relajarnos y tener un respiro nos permite enfrentar mejor lo que venga después.
Séptimo principio:
7) No dura para siempre.
Aunque sea largo y fatigoso, en algún momento el
camino de barro se acaba. ¡Y qué bueno es haber podido completarlo sin caídas
ni resbalones!
Gracias a Dios llegué indemne. Pero tuve la
sensación de que últimamente Dios había determinado para mí algunos senderos
que incluían tramos de barro, ¡y en descenso! Por eso me dirigió a esa caminata
en San Martín de los Andes. ¡Voy a tratar de recordar estos principios las
próximas veces que me toque recorrerlos!"
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