Un gran desafío para la misión de la iglesia
El
hombre de la seguridad nos miraba curioso. ¡Trabajando, un día feriado, para
conmemorar el día de la mujer! Los cuadros y las fotos se colgaron en paneles
para la exposición. Cuando todo estuvo listo, miramos satisfechos/as y
festejamos con alegría cómo había quedado la presentación. El guardia daba
vueltas alrededor nuestro, y cuando ya no pudo más nos lanzó su comentario:
“Tanto día de la mujer ¿para qué?, ¿acaso los hombres tenemos un día?”.
Me
sonreí, casi irónicamente, y por supuesto no dejé de contestar que los hombres
no necesitan un día porque todos los días son de ellos, que el mundo está hecho
por y para los hombres. Le expliqué, tomándome todo el tiempo necesario, para
que me entendiera que siempre que hay “un día “ de algo, es porque ese algo ha
sido marginado, excluido o han sido vulnerados sus derechos. El guardia me
seguía mirando con curiosidad. “Piense en el día del niño, día del aborigen,
día del discapacitado, día de la lucha contra la violencia de género, día del
medio ambiente, día del agua, y así le podría nombrar muchos más. Estos días
existen para remarcar un tema o a un grupo de personas que han sido dejadas de lado por la
sociedad”, le contesté.
No
se si mis argumentos lo convencieron, pero sí estoy segura que nos merecemos
este día de la mujer. No para que nos regalen una flor o para que las
organizaciones no agasajen con un te, sino porque nos merecemos tomarnos un
espacio para reflexionar, para analizar en qué espejos nos estamos mirando para
construir nuestra feminidad en este siglo XXI, en que espejos se deben comenzar
a mirar los hombres para construir una nueva
masculinidad. Una masculinidad que no nos someta, sino que nos permita
caminar juntos en este proceso de surgimiento y construcción de la vida. Los
espejos en los que nos hemos mirado en el pasado, salvo raras excepciones,
entre ellas la de Jesús, no nos han servido.
Miren
lo que esta sucediendo. Se dice que este siglo, es el siglo de los derechos y
qué paradoja, la sociedad argentina se ha visto sacudida por el alarmante
aumento de homicidios de mujeres. Según datos de la Corte suprema de justicia,
en dos años ha habido 11.000 casos denunciados de violencia contra la mujer y estamos dando en
estas cifras los casos que llegan a la
justicias, porque muchos quedan escondidos, invisibles, ya sea por miedo o por
vergüenza de las víctimas. De los 11.000 casos denunciados, sólo 9.000 hombres
han sido acusados (eso no significa que hayan sido condenados). La impunidad de
los agresores es espeluznante. Me sale de las entrañas gritar mundo de hombres,
hecho solo para hombres. Es interesante analizar los fundamentos de los
dictámenes que hacen los jueces, justificando la violencia ejercida hacia las
mujeres.
En
julio del 2010 se reglamentó Ley contra la Violencia de Género. En esta, se
protege no solo de la violencia física, sino también de la psicológica, sexual
y económica, tanto en el ámbito familiar como en el institucional, laboral o
mediático. Sin embargo, y lo decimos con tristeza, los casos que se conocen diariamente y los
datos oficiales demuestran que el problema está muy lejos de resolverse. Hasta podemos decir que hemos retrocedido. Es
que ya sabemos que se necesita mucho más que una ley. Se necesita un cambio
cultural, cambio que nos llevará bastante tiempo porque significa cambiar
costumbres y conceptos erráticos sobre el ser humano.
Con
dolor, reconocemos que la religión ha sido usada como instrumento de exclusión
y sometimiento, en algunos casos a niveles aberrantes. La quema de mujeres no
es una moda. Ha existido desde tiempos antiguos. La quema de “brujas” era una
lección magistral para toda mujer que osara pensar diferente o no se sometiera
a los designios de los hombres, por lo general escudados en un pretexto
supuestamente de inspiración divina. El cristianismo no ha escapado a esto.
Como mujer cristiana he tenido que lidiar entre lo que la iglesia me imponía en
sus tradiciones y lo que yo entendía que decía el texto bíblico.
Creo
que uno de los desafíos de la iglesia en
este siglo XXI es que hombres y mujeres hagamos
una relectura de la Biblia, con el sincero deseo de encontrar lo que
Dios nos quiere decir, buscando la verdad y el camino que el Señor quiere que
sigamos, como personas creadas (hombre y mujer) a imagen y semejanza de El.
Que
podamos discernir qué es tradición cristiana y qué es Palabra de Dios.
Hagámonos preguntas, hagámosle preguntas al texto. El Señor Jesús no le tenía
miedo a las preguntas. Como dice siempre el Dr. René Padilla, la pregunta era
el método pedagógico de Jesús.
Cuando
a partir del texto bíblico (Gn 1-3 y los Evangelios) podamos pensar en nuevas
formas de relacionarnos entre hombres y mujeres, entonces estaremos en
condiciones de comenzar a definir qué es ser femenino y qué es el ser masculino
en este siglo, siguiendo el ejemplo de Jesús y las políticas de su reino.
El
otro desafío que veo para la iglesia en este siglo es cuál va a ser nuestro rol
en el tema de la violencia de género (mujeres y niñas). ¿Nos quedaremos mirando
con horror y acusación el pecado de la sociedad (del que nosotros también somos
parte), o asumiremos el compromiso que Dios nos pide ante el sufriente y su rol profético ante la
sociedad?
“¡Ya
se te ha declarado lo que es bueno! Y a se te ha dicho lo que de ti espera el
Señor: practicar la justicia, amar la misericordia y humillarte ante tu Dios!
Miqueas 6.8
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