por
Keila Ochoa Harris
Una
de las preguntas referentes al tiempo que gozamos, mucho más importante que
«cuándo me casaré», es «cuándo moriré».
En
la época victoriana, se creía que el mejor mes para organizar una boda era
junio, uno de los peores, mayo. Tristemente nos hemos vuelto esclavas del
tiempo en una lucha constante contra los minutos y las horas. ¿Y qué dice Dios?
Solo nos recuerda que el tiempo, los tiempos y nuestros tiempos están en sus
manos. Nada sucede sin su autorización. ¡Él es el dueño del tiempo!
Resulta
curioso pensar en la hija de un relojero cuando hablamos de tiempo, pero eso
era Corrie Ten Boom, quien nació el 15 de abril de 1892. Esta mujer holandesa
creció en una familia temerosa de Dios y, a la edad de cinco años, le pidió al
Señor Jesús que entrara en su corazón.
En
el terreno romántico, Corrie no fue afortunada, pues permaneció soltera el
resto de su vida, pero Dios había preparado una misión especial para esta
mujer, la que comenzó cien años antes con su abuelo quien estableció una
reunión de oración a favor de los judíos.
Sus
oraciones se cumplieron cuando, durante la Segunda Guerra Mundial, Corrie, su
hermana y su padre, no mostraron temor ante las amenazas nazis, sino que
decidieron esconder y proteger a los enemigos del Tercer Reich: los judíos. El
28 de febrero de 1944, los Ten Boom fueron traicionados por un compatriota.
Corrie se despidió de su padre, quien murió diez días después en una prisión.
Ella y Betsie, su hermana, terminaron en Ravensbruck, Alemania, un campo de
concentración. Betsie, siete años mayor que Corrie, le enseñó poderosas
lecciones sobre el amor y el perdón.
En
memoria a las palabras de su hermana y a una promesa que había hecho a su
Señor, dedicó el resto de su vida a predicar, escribir y contar a otros sobre
su Amado Salvador.Para Betsie cada circunstancia provenía de Dios. Le daba
gracias por mantenerlas juntas en el campo y agradecía que no les hubieran
quitado su Biblia, la que escondían entre sus pertenencias y leían por las
noches. Organizaron reuniones clandestinas para predicar el Evangelio y
confortar a las prisioneras. Para su sorpresa, la estricta vigilancia que
padecían en otros sitios, parecía no existir en su dormitorio. Entonces Betsie
descubrió que las guardias no las molestaban, pues temían que el cuarto estaba
infestado de pulgas.
—¿comprendes,
ahora, por qué debemos dar gracias por todo, aún por las pulgas? —preguntó
Betsie.
Corrie
nunca estuvo en la necesidad de elegir una fecha para su boda, pero Dios le dio
grandes enseñanzas sobre el tema. Betsie le advirtió: —Corrie, cuando llegue el
nuevo año ambas seremos liberadas. Dios me ha mostrado una visión. Debemos ir
por todo el mundo y proclamarle a todos que no existe hoyo tan profundo que el
amor de Dios no pueda alcanzar.
Sus
palabras resultaron proféticas. Ese nuevo año, ambas alcanzaron la libertad:
Betsie falleció y Corrie abandonó el campo de concentración. En memoria a las
palabras de su hermana y a una promesa que había hecho a su Señor, dedicó el
resto de su vida a predicar, escribir y contar a otros sobre su Amado Salvador.
Este ministerio empezó a sus cincuenta y tres años de edad. ¡Hablando de
tiempo!
Corrie
encontró el secreto para enfrentar la vejez. Su acompañante en sus últimos años
comenta: «Ella parecía actuar con una certeza absoluta, con la convicción de
que sus días estaban ya ordenados y que sólo debía recibir las instrucciones
del Señor y limitarse a seguirlas».
Otra
de las claves para mantener su vitalidad se encuentra en una frase que ella
solía repetir: «Aprende a ver las cosas grandes con la amplitud debida y las
pequeñas con la restricción apropiada».
Por
ejemplo, las novias gastan todas sus energías en la pequeñez de la ceremonia y
dejan a un lado lo realmente importante: el matrimonio. Lo mismo sucede con el
trajín de la rutina. Nos enfadamos por pequeñeces: un embotellamiento o atasco,
un electrodoméstico descompuesto, un aumento en los precios y perdemos de vista
lo trascendental: la comunión con Dios y la familia.
Corrie,
aún rodeada de estrés, oraba por su cuidadora de esta manera: «Señor, espero
que ayudes a Pam a ver la vidacomo tú
las ves y que su vida sea menos tensa para que muchos lleguen a conocerte a
ti».
Paradójicamente,
la hija del relojero aprendió sobre el tiempo en la edad madura. Comprendió que
Dios había querido llevarse a Betsie y dejarla a ella. Entendió que le había
encomendado una misión de sanidad y perdón. No permitió que el tiempo la
esclavizara, sino que aceptó la voluntad divina.
Una
de las preguntas referentes al tiempo que gozamos, mucho más importante que
«cuándo me casaré», es «cuándo moriré». Una de las mujeres que estuvo con
Corrie en su lecho de muerte describe lo siguiente: «Las tres (sus amigas y
cuidadoras) permanecimos de pie al lado de tía Corrie mientras ella exhalaba su
último aliento e iba con toda serenidad a la presencia del Señor Jesucristo.
Poco antes de que Corrie nos dejara, la habitación estaba silenciosa y
tranquila y, cuando voló al cielo, siguió reinando la misma quietud y la misma
calma. Me volví a ver el pequeño reloj café. Faltaban tres minutos para las
once del día de su cumpleaños, 15 de abril de 1983, noventa y un años después
del día de su nacimiento, con toda puntualidad".
No
podíamos esperar menos de Corrie. Al contrario de la costumbre en que la novia
llega tarde a la ceremonia, Corrie arribó puntualmente a la presencia de su
Amado. Después de una relojería en Holanda, las atrocidades de un campo de
concentración y una cama de inválida, como visitante de prisiones, palacios y
detrás de la cortina de hierro, como escritora, actriz y conferencista, noventa
y un años más tarde, Corrie, por fin, llegó a casa. Y llegó a tiempo.
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