Resulta
casi increíble la manera en que se ha incrementado la comunicación en estos
últimos pocos años. La utilización del E-mail y el Chat proveen una forma
rápida, práctica y efectiva de transmitir y recibir información. Se ha logrado
obviar al correo: ya no hay que escribir en papel, ensobrar, llevar al correo,
esperar que llegue y que se nos envíe una respuesta. Y lo más asombroso es que
además se produce una comunicación instantánea con el sitio más remoto. En
cuestión de segundos nuestro mensaje está en la computadora del destinatario a
la espera de ser leído. ¡Y además con un costo ínfimo! Sin lugar a dudas, las
comunicaciones han alcanzado un nivel óptimo.
Pero junto con los grandes beneficios que Internet proporciona,
también se producen ciertos fenómenos que no tienen nada de positivo. Como, por
ejemplo, el abuso en la transmisión de información por el hecho que ésta se
haya vuelto simple y prácticamente gratuita. De los E-mails que aparecen en mi
casilla, casi el cincuenta por ciento (y a veces más) proceden de personas que
se dedican a distribuir información que no les es solicitada, o a reenviar
mensajes que han recibido. Algunos incluyen archivos pesados y complican el
flujo de la información. Pero en realidad no es éste el peor de los problemas.
Algo más grave es el tipo de relaciones que se establecen a
través de la Internet. Entre aquellos que comienzan a vincularse con cierta
asiduidad se produce una especie de intimidad virtual diferente de la que se crea cuando el
trato es personal. Las personas se conocen no por lo que son sino por lo que
dejan saber de sí mismas. Y por lo tanto lo que cada uno percibe del otro es en
verdad una imagen distorsionada. Todo el acercamiento se realiza dentro de la
franja anónima y liberada que provee la Internet. Y no parece regirse por las
normas y patrones que caracterizan a la relación cara a cara. El no poder mirar
a los ojos al otro permite libertades y osadías que no se darían de otro modo.
Y como en la penumbra de un confesionario, las personas se sienten movidas a
una apertura que generalmente va más allá de lo prudente. Digo más allá de lo
prudente porque comienzan a establecerse vínculos bastante estrechos con el
otro. O con los otros, ya que muchas veces son varias las relaciones. Y se
entra a la zona de los claroscuros donde las cosas pierden nitidez. Por un lado
el perfil propio es dibujado a partir de la concepción que se tiene de uno
mismo, pero ocultando cualquier rasgo negativo. Por el otro, la percepción que
se logra de los demás es también parcial y subjetiva. A eso se le añade una intimidad virtual, mezcla de osadía y confesión. El
resultado: definitivamente negativo. Todo se convierte en un juego sin reglas
definidas que se da en una zona liberada, una zona que no compromete. Una zona mentirosa, en definitiva,
porque toda la cuestión no se diferencia de un juego de Nintendo. Algunos
deciden conocerse personalmente, pero en la mayoría de los casos sobreviene la
decepción. Son contadas las parejas que se forman y permanecen a partir de este
estilo. De todas maneras, la intención no es entablar relaciones serias.
Es sólo pasar un rato agradable en un jueguito “inocente” de seducción.
Obviamente, me refiero a jóvenes cristianos, miembros de iglesias, líderes de
jóvenes y otras yerbas. Los no creyentes no necesitan de estas ambigüedades
para satisfacer sus fantasías.
Esta zona liberada parece proveer el espacio adecuado
para fantasear y seducir virtualmente sin pecar. O al menos
es así como lo piensan muchos jóvenes cristianos, que se conducen normal y apropiadamente
dentro de sus esferas de acción, pero que se toman un recreíto a través del
E-mail o del chat. Parecería que lo que no está legislado puede manejarse a
discreción, con cierta flexibilidad. ¡Y como todavía no existe una pastoral al
respecto!… Sí, escuchamos decir al pastor que los jóvenes deben tener cuidado
con la pornografía que aparece por Internet. ¡Pero esto no es pornografía! No.
Pero tal vez sea algo tan perverso como ella.
Algunos jóvenes (aun dentro del
liderazgo) han hecho este jueguito con dos o tres chicas a la vez, haciéndoles
creer que tenían un cierto interés por ellas. Pero al encontrarlas
personalmente en las reuniones o salidas de jóvenes actuaban como si nada
hubiera pasado, llenándolas de desconcierto. Hasta que descubrieron lo que
estaba pasando. Esto es grave porque lleva a una doble vida, a aparentar una
santidad que no es tal, porque no existen zonas liberadas para tomarse un recreo. En la realidad
virtual de la computadora revelamos lo que en verdad hay dentro de nosotros. Y
esto no tiene sólo que ver con los varones. Hay chicas que avanzan
descaradamente sobre los muchachos a través de la red mientras se muestran muy
compuestas delante de la gente.
No es mi intención apuntar un dedo acusador sino ayudar a tomar
conciencia. Mujeres: éste es un juego dañino y peligroso. Se hieren
sentimientos, se crean ilusiones falsas, se juega con las emociones de otros,
se miente. Y finalmente algunos resultan lastimados y otros se meten en
problemas. Utilicemos los avances que la tecnología pone en nuestras manos,
pero seamos nosotros los que señoreemos sobre ellos. De lo contrario nos
convertirán en sus esclavos.
Una regla fácil y sencilla de aplicar al establecer relaciones
de amistad a través de la Internet es ésta: no digas nada que no dirías teniendo a la persona frente a frente.
Y no aceptes que los otros lo hagan con vos tampoco. Una vez me pidió consejo
una chica que estaba asombrada por ciertas expresiones vertidas en un E-mail
por un joven de su propia congregación. “Le contesto”, me preguntó. “Sí”, le
respondí, “pero para decirle que sólo aceptás apreciaciones como las que él ha
vertido cuando alguien te las dice frente a frente”. De más está decir que el
joven no volvió a escribirle.
No hay zonas liberadas. Debemos guardar nuestra integridad
delante de Dios. Él nos ve cuando nos sentamos frente a la computadora y conoce
las intenciones de nuestro corazón. Estos jueguitos sólo nos meten en
problemas. Así que lo más acertado es tomar una decisión seria al respecto
cuanto antes.
Fuente: Vayan y hagan discípulos
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